Las serenatas
sanmiguelenses han constituido una tradición tan arraigada en nuestro entorno
que sería muy ambicioso querer agotar el tema de una vez por todas, así que en
esta ocasión abordaremos el caso de las serenatas en la década de los treintas
del siglo XX.
Cabe mencionar que un
personaje clave de las serenatas de aquella época fue el ilustre Jesús Delgado,
cuyo nombre de pila fue Jesús Anastasio Delgado Román, ya que fungiendo como
director de la banda municipal entre 1933 y 1947 llevó a esta a ser la segunda
de mayor importancia en el estado de Jalisco, de acuerdo con la revista «Guiasanmiguel»
de enero de 2009, medio que asimismo afirma que Delgado Román fue organista y
director del coro donde cantaba.
Ahora bien, con base
en información de la revista «Guiasanmiguel» de julio de 2009 durante los
treintas «se recreaba cada domingo un ordenado y consuetudinario cuadro,
amenizado por las notas de la banda municipal, dirigida en aquellos años por
don Jesús Delgado, y asimismo impregnado por los aromas de las gardenias, las
rosas, los claveles, sin pasar de largo en época de lluvias las azucenas de
campo.
»El espectáculo
consistía tanto en una reunión familiar que entre otras cosas iba a convivir y
a cenar en las vendimias que circundaban al actual mercado como en una cíclica
tanda de vueltas que daban en sentido contrario hombres y mujeres con el fin de
encontrarse, donde los varones obsequiaban a las damas flores, así como
serpentinas, palomas de papel o les desparramaban amablemente huevos con
confeti, de hecho, aseguran predominaba el respeto, sin faltar los típicos
insolentes que recibían bofetadas de las señoritas. Comentan que el cuidado de la normatividad
por parte de los policías de aquel tiempo era muy férreo.
»Hacia esa década mis
entrevistados externan que la comunidad, por costumbre, solía separarse según
las clases sociales, más bien hacia las fiestas; la clase socioeconómica más
modesta ocupaba el paseo de afuera, es decir, el que actualmente se alza sobre
el área en la que ahora se ubican las jardineras, que entonces era calle de
empedrado, mientras que la clase socioeconómica alta ocupaba el paseo contiguo
al kiosco, donde incluso las doncellas acostumbraban portar sombrero en
septiembre. Exponen el zócalo se
atiborraba y a lo largo de los años había más convivencia en el ala de afuera.
»Personas con quienes
platiqué al respecto evocan que no únicamente los domingos la gente daba vuelta
en la plaza de armas, sino también entre semana, aunque en menor cantidad, pues
era la distracción en el poblado.
Mencionan la serenata dominical terminaba a eso de las 9:30 p.m. o 10:00
p.m., de rigor».
LCC. Juan Ramón Jiménez Jiménez
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